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ENTRE LUCES Y SOMBRAS

José Luis González Ramírez, 2º de Filosofía

En el momento que el hombre descubre una llamada en lo más profundo de su corazón, es capaz de hacer todo lo posible por responder a ese llamado sabiendo que es la razón de su existir y el sentido de su vida.
A lo largo de mi caminar, he encontrado a muchas personas que no saben qué hacer de sus vidas, no saben para qué han venido al mundo y piensan que solamente hay que pasar el momento presente, sin ocuparse del destino, que, en realidad, uno mismo ha de ir forjando, teniendo la mirada en la estrella que ha de guiar al náufrago, en medio de las olas embravecidas del vacío de una vida fuera de un plan divino trazado desde la eternidad.
Es en éstos momentos cuando veo que el hombre vive en las espesas sombras de su desconcierto y la tremenda angustia de no saber que ha sido llamado a una vocación que ha de buscar en lo íntimo de su propio corazón, ha de tocar las puertas de su conciencia para preguntarse: ¿qué sentido tiene todo cuando hago sino tengo un por qué o un para qué realizarlo?
El hombre ha de pedir el poder descubrir su vocación; y esto no se lo pedirá a sí mismo, porque la vocación es un don que Dios concede a las personas que se disponen a recibirla, en un ambiente de silencio interior y abriéndose camino entre la espesa niebla de la propia conciencia tan embotada por el sonido de una civilización ruidosa que grita más fuerte su desesperación para no escuchar a su Creador, que, en el interior de cada persona, incita a buscarlo, a amarlo, a seguirlo.
Pero… ¿de qué modo ha de ser éste seguimiento? La respuesta la encontrará cada uno en particular. Muchos son llamados al matrimonio, otros tantos a la vida de soltería en el servicio de Dios, a otros el Señor les hace la invitación de seguirlo a una vida de contemplación dentro de alguna congregación en la vida religiosa. Pero hay otros tantos que son llamados a seguir al Maestro, a ser sus discípulos por un tiempo y después configurarse plenamente con Él, siendo portadores de su palabra, dispensadores de sus gracias en los sacramentos.
Ellos, los llamados por Cristo a ser como Él mismo es, el Buen Pastor, son a los que llamamos sacerdotes, llamados a ser portadores de la luz de la esperanza cristiana de un Jesús vivo y operante en nuestra sociedad, lastimada por los perjuicios que ha traído la falta de hombres que realmente se identifiquen con su vocación, hombres íntegros que sean capaces de ser felices atendiendo a su misión en éste mundo y que sepan sonreír a las personas que dicen: “no tiene sentido vivir”. Es tiempo de abrir los ojos al cielo y los oídos al viento para descubrir entre luces lejanas de la noche la estrella que nos ha de guiar hasta llegar a la meta: la santidad que Dios tanto espera de ti; y que sepas descubrir el susurro suave de la voz que agita los árboles y que te quiere comunicar el mensaje que tanto esperas recibir.
No sólo el viento te lo dirá, no sólo los pájaros lo cantarán, no sólo el sol te iluminará sino que es Jesús mismo quien te invitará y enviará su santo espíritu, y solamente el corazón está capacitado para comprender esa suave moción de un llamado radical, no importándote dejar casa, familia, trabajo, hogar, irás presuroso por el estrecho camino, pero seguro, de aquél que así se ha llamado: “Yo soy el camino la verdad y la vida” , ya no hay motivos para dudar que Dios espera tu respuesta, tan solo falta una cosa: que tú te aprestes a responderle, hay muchos jóvenes entusiasta que han respondido al llamado de Jesús y están preparándose en el Seminario para ser sacerdotes de Cristo, servidores del pueblo de Dios.
Así como en el ejército se forman a los soldados para salir al combate; de la misma manera Jesús se encarga de formar a sus soldados para que lleven la espada de su palabra que anuncia la esperanza y denuncia la maldad y falsas ilusiones del hombre. Además portan el escudo de la fe que los defiende de los dardos encendidos del Maligno que busca hacerse desapercibido en ésta sociedad que quiere sacar a Dios de su vida y que duda de la existencia de un Dios que está vivo y que no nos abandona. Aunque las sombras de la incredulidad cieguen tu luz, acércate a la fuente de donde ésta surge y tú serás también luz en este mundo.
Haz caso de éste llamado a tu conciencia: busca el sentido de tu vida, pídele a Dios tu vocación, hazlo por ti, por mí y atiende el llamado siempre vivo de Jesús que dice:
Por ti, por mí, ¡Ven y sígueme!

Domingo 29 de Marzo Día del Seminario Diocesano de Guadalajara. www.semguad.org.mx

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